

El síndrome del nido vacío
Por: Daniel Amorena
17 Ago, 2023
Si hay una escena en la que los padres no piensan cuando deciden tener un hijo es que, algún día, dentro de muchos años, éste partirá a su propio destino. Esa conclusión natural y obvia está enturbiada por todos los preparativos y difíciles procesos de hacer llegar un hijo al mundo: el embarazo, el cuidado, la crianza, el rol de proveedor, elegir escuelas, ajustar horarios y mucho más.
Rara es la persona que tiene presente, desde el primer momento, que los hijos se irán. Después de todo, «falta tanto para ello…».
Sólo que el tiempo pasa y un día se tiene que decir «adiós». Y los padres que no se han preparado para este suceso —en realidad, no es necesariamente un problema de preparación— pueden experimentar el síndrome del nido vacío. Un estado afectivo en el que se siente tristeza, confusión, vacío y desmotivación tras la partida de uno o varios hijos.
Se trata de una pérdida y su proceso es muy similar; de hecho, es común que aparezcan sus fases de negación, ira, negociación, depresión y, al fin, aceptación. Si bien el síndrome del nido vacío no es una categoría clínica, ni un trastorno, las personas que son afectadas por él, y no encuentran cómo gestionarlo, pueden llegar a desarrollar cuadros de depresión y ansiedad, por ejemplo.
Esta compleja mezcla emocional se da en padres y madres; sin embargo, tradicionalmente ha afectado con mayor prevalencia a estas últimas. Es que los roles sociales tendieron a orillar a la mujer a la esfera del hogar y a la crianza de los hijos, desatendiendo otras esferas de la vida como el trabajo, las amistades, la pareja, el ocio y más.
Por ello, cuando los hijos se iban de casa, ellas tendían a perder más que los padres. Hoy, estas circunstancias se van equilibrando. Pero ello no evita que el síndrome del nido vació siga existiendo; después de todo, los hijos dejan el lugar que tuvieron junto a sus padres. La pérdida está presente.
Este instante puede ser más difícil de sobrellevar en tanto las parejas vuelven a encontrarse de frente. Tras muchos años velando por los hijos, el asunto vuelve a quedarse entre dos individuos. Las crisis de pareja suelen aflorar entonces, crisis que habían sido pospuestas u ocultas tras los hijos.
Además, las edades de jubilación y otras pérdidas personales pueden coincidir con el hogar vacío. Los síntomas se recrudecen.
Con la salida de los hijos de casa, existe también la pérdida de una actividad. Los padres, tutores o cuidadores se quedan, precisamente, sin alguien que cuidar. El acto del cuidado, que perfiló tantos años de vida, se disipa.
Algunas de las recomendaciones para que esta época de transición no sea tan dura, apuntan a volver a buscar tiempo para uno mismo y recuperar ámbitos que tal vez se descuidaron: las amistades, los hobbies, la pareja, el gusto por viajar, hacer deporte, etc. Sin embargo, si el duelo resulta muy complicado, buscar asistencia con profesionales de la salud mental siempre es lo mejor.
Foto de portada: Tetiana SHYSHKINA en Unsplash
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