El debate por el origen del chocolate es amplio, particularmente el de la región y época que utilizó por primera vez las semillas del cacao. Una de las teorías dice que fue descubierto, de forma más o menos azarosa, por indígenas de América Central entre los años 1,100 y 800 a.C.

Es que en aquel tiempo, los productores de cerveza utilizaban la pulpa del cacao para producir la bebida —pero desechaban las semillas—. En algún momento, comenzaron a utilizar las semillas fermentadas para elaborar otra bebida —no alcohólica— que, aunque distaba mucho de lo que hoy entendemos por “chocolate”, se popularizó por toda el área. Los restos de cacao encontrados en piezas de cerámica —obtenidas de excavaciones en Honduras— sugieren esta teoría.

La bebida habría sido de uso ceremonial y llegaría a Europa hasta el siglo XVI a través de exploradores y conquistadores españoles. La barra de chocolate tal y como se consume a día de hoy vendría de los Estados Unidos a finales de siglo XIX, dice National Geographic.

Sin embargo, otra de las teorías dice que el uso de las semillas del cacao es más antiguo y procedente de la región amazónica: la cultura Mayo Chinchipe la habría utilizado hace más de 5,000 años. El formato sería el mismo, una bebida amarga y popular en ritos y ceremonias.

Sea cual sea su origen preciso, no deja de sorprender la estima por el chocolate en nuestros días. Un alimento delicioso, sinónimo de placer y tentación. Con todo, ¿sabemos por qué nos gusta tanto? Bien, la BBC recupera algunos indicios que lo explican.

Primero, su textura particular es importante, la cualidad de los alimentos sólidos que se hacen cremosos al consumirlos resulta muy grata para el cerebro. Luego, parece que sus proporciones de grasa y azúcar —del chocolate con leche— coinciden con las de la leche materna. Finalmente, su compuesto químico dispara en nuestro sistema nervioso serotonina, dopamina y otras sustancias que nos hacen alegrarnos y relajarnos. Entre otras cosas, ello lo vuelve tan preciado.