El árbol decorado es una tradición central en nuestras celebraciones navideñas. No siempre fue así. Si es cierto que la Navidad es una festividad cristiana que recuerda el nacimiento de Cristo, también lo es que el árbol era una tradición pagana que la iglesia quiso en principio erradicar.

Varias culturas utilizaban ya a los árboles en sus ritos: talarlos y adornarlos, o dejar regalos debajo de ellos —como en Babilonia—. Los celtas ya decoraban los robles con frutas y velas en los solsticios de invierno.

Sobre los primeros registros del árbol de Navidad tal como le conocemos, la DW recupera fragmentos del libro La invención del árbol de Navidad, por Bernd Brunner: no existe un texto histórico que dé cuenta de la fecha exacta de su aparición.

Especula que podría haber surgido en Friburgo por el año 1419: una panadería decoró un árbol con galletas y nueces. Existen pruebas de que ya en 1539 había un árbol navideño en la Catedral de Estrasburgo. Con todo, otras dos naciones se adjudican la invención: Estonia y Letonia, en la región báltica.

La costumbre no se popularizó sino hasta el siglo XIX cuando las familias adineradas, que podían permitirse el lujo, lo introdujeron en la esfera del hogar. El resto es historia; en los hogares occidentales es un objeto casi indispensable en las fiestas decembrinas.

La tradición viaja por la historia, desde antiguas culturas que asociaban a los árboles con dioses, a través de los adornos fabricados con ellos —los romanos colocaban ramas de laurel para recibir el nuevo año, por ejemplo— y hasta las festividades cristianas de la Navidad. Hoy, podemos decir que rebasa incluso a éstas últimas: se ha tornado en un decorado más, de orden secular, en las fiestas decembrinas.